Oli, ¿Cómo estás?
Probablemente frunciendo el ceño o repiqueteando con un
lápiz porque te diste cuenta de que no empecé la carta como se debería. No hay
acápite, ni tu nombre, mucho menos dejé sangría. ¡Ni he saludado! Y así digo
que estudio a las letras, cuando no puedo ni siquiera escribir bien.
Mal, mal, mal Nils.
Seguramente dirías eso, te reirías, prepararías café para
ambos y te sentarías a mi lado hasta que dejara de hacer tonterías y te
demostrara que de hecho sí soy capaz de escribir una como la gente común y
corriente.
… Sí. Probablemente eso es lo que harías.
¿Sabes, Oliver? Me he dado cuenta de que me paso la mayor
parte del tiempo dando vueltas a las cosas que podrías hacer, que supuestamente
harías, o que de seguro harías. Pero muy poco preguntándotelas directamente.
Muy poco analizando las que, de hecho, haces.
Y ha sido así desde hace un tiempo…
Sabes, Oliver. Me pregunto cuándo empecé a hacer eso. Cuándo
es que empecé a ocultarte cosas, y cuando me valí únicamente por supuestos en
lugar de acciones reales. Hace cuánto tiempo que prefiero quedarme callado y
hacer como que no pasa nada.
Uh, eso último parece un patrón, ¿no?
Te lo conté. Cuando mi pequeño grupo de amigos, todos tan
similares y a la vez diferentes, comenzábamos a separarnos. Comenzaban a
aparecer grietas en nosotros, profundas y desconocidas para el resto. Negras y
recalcitrantes heridas cubrían nuestras almas, y por muchos silentes gritos de
ayuda que escuchara … yo siempre fingía ser sordo…
Porque suponía… porque imaginaba que todo terminaría bien en
algún momento. O- ¿no era por eso? Quizá porque ese resultado era el que mi
mente siempre me arrojaba. Era agradable pensar en el buen final, y acomodarme
tranquilo esperando que llegara. Temía enfrentar la realidad, temía que la verdadera
resolución nos lastimara. Que de hecho, estuviéramos tan rotos que no había
manera de repararnos.
Me da miedo. Muchísimo.
Y, como imaginaras, y como sabes, cuando de hecho terminamos
por rompernos, los pedazos quedaron esparcidos demasiado lejos como para volver
a juntarlos. No a nosotros, no a quienes yo conocía.
¿Recuerdas al Nils de esa época? El que te contaba chistes
malos en afán de hacerte reír o que te aburrieras tanto de él que terminaras
zarandeándolo y exigiéndole mejor material. El tipo que parecía tener todo lo
necesario para encontrar felicidad y estabilidad, pero que cada vez que veía
dentro de sí sólo encontraba infranqueable nada y desolador vacío. El Nils que
sonreía a todo lo que se le acercara, que le agitaba la mano, que le ofrecía
amistad, pero que por dentro contaba los minutos para terminar de desaparecer.
Ese cascaron roto que, con cuidado, ayudaste a mantener
unido.
Ha…
¿A que soné dramático?
Pero así lo sentí, Oli.
A ti te debo seguir existiendo. A ti te debo ser quien soy.
Eras mi mejor amigo. O, uno que se unió a la preciada lista
que tengo de ellos.
Y por mucho tiempo creí que eso era todo lo que necesitaba
de ti…
Pero vaya, qué equivocado estaba.
Puedes disculparme con Jens, por ser un rompecorazones, como
él creía. Y puedes decirle a Louis que tenía razón, que tu compañero de
apartamento es una mala persona.
Porque Oli- vivir contigo es lo mejor que me ha pasado en
mucho tiempo. Compartir la vida entre ambos, pasar noches en vela, criar a
Aslan…
Porque Oli- me di cuenta de que en algún punto, entre las
canciones y risas de madrugada, entre los codazos en la cocina, y entre las
interminables letras de los libros y el olor de tu colonia mezclado con el
café, me terminé enamorando de ti.
¿Increíblemente gracioso, no?
Creo que podrías reírte de eso más que de cualquiera de mis
chistes.