Realmente no hay nada diferente.
Con la situación de hace unos años, eso es.
Si me remonto a la imagen deslucida de mi propio recuerdo hace tantos años grabada en mi mente, podría decir que mi propio nombre sería un oxímoron.
No recuerdo haber visto semejante diferencia en el mismo rostro. Aunque no es como si tuviera particular fascinación por analizar mi semblante, encuentro semejante tarea morónica y desalentadora. Deprimente, si me quiero poner un poco más refinada.
Termino encontrado un montón de nada aderezada con esfuerzos tirados al vacío. Y- es que en momento así me pregunto, ¿por qué sigo intentado? Parece que he llegado al punto donde las imágenes dibujadas en papel no pueden animarme, donde mis sentimientos se han barricado tan profundo buscando protección que no soy capaz de alcanzarlos.
El sentimiento es familiar, somos viejos amigos, le doy la bienvenida con gracia.
Es en esos momentos donde me pregunto de qué sirve que intente, y la respuesta parece ser que no tiene importancia.
Quizá, muy profundo, pienso que al menos podría justificar mi fracaso académico con una no-fracasada existencia social. Amigos, pareja, lo que sea.
Lo que fuera.
Pero no.
La soledad nunca me ha molestado, quizá porque nunca me sentí particularmente solitaria.
Pero esa era la yo del pasado, la yo que está pintada de sepia y a la que se comen las polillas. Esa yo ya no existe y mi falso bote de conocimiento y estabilidad hace mucho encalló y terminó destrozado, lanzando astillas de madera y lastimando todo lo que estuviera a su alcance.
Quizá sea porque no creo en el potencial, no realmente. Si lo ven en mi, si realmente existe en mi interior; no importa.
No borra que soy creación de fracasos, que es lo que me representa y me define.
Es un poco triste, pensar de esa manera; pero no evita que sea verdad.
Que si miro de cerca sólo soy todo lo que está mal conmigo en primer lugar.
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